DIVULGACIÓN CIENTÍFICA

Acerca de las aves que encontramos en las costas de la Península Valdés

¿Por qué en algunas playas hay mayor diversidad de aves que en otras? ¿Qué parámetros determinan la elección del lugar?


Por Luis Bala*

En el laboratorio ‘Humedales utilizados por aves playeras‘ con sede en el Instituto de Diversidad y Evolución Austral (IDEAus, CONICET-CENPAT) de Puerto Madryn, provincia del Chubut, se estudian desde 1992 los sitios costeros de la Península Valdés que sirven como hábitat para ciertas especies de aves.

Un punto basal sobre nuestras investigaciones se fundamenta en el hecho que no todas las playas tienen la misma presencia de aves, tanto en términos de diversidad de especies como de número de individuos. Y es lógico, si se tiene en cuenta los distintos tipos de costa de la zona: hay playas arenosas, limosas, de canto rodado y rocosas.

Pero, independientemente de lo anterior, aunque a simple vista uno imagine que -por ejemplo- dos playas de arena sean iguales, en la naturaleza esto no siempre ocurre linealmente. Así, podemos estar observando dos playas vecinas y mientras que en una de ellas encontramos alta variedad y densidad de aves, en la adyacente podemos toparnos con todo lo contrario.

Surge entonces la pregunta obvia. ¿Por qué en dos playas próximas y aparentemente iguales existe tanta diferencia en la expresión de su avifauna? La respuesta se explica considerando una nueva variable: la oferta de alimento que ofrecen una y otra.

En primera foto vemos una postal de playa Colombo, en el Golfo Nuevo de la Península, y parte de su avifauna.

Algunas de las especies son residentes permanentes y otras migratorias. Aunque no todas se aprecian en la imagen, un listado rápido de las especies que aquí podemos encontrar incluye gaviotas cocinera (Larus dominicanus) y capucho café (Larus maculipennis); gaviotines real (Sterna máxima) y de pico amarillo (Sterna eurygnatha); biguá (Phalacrocorax olivaceus); cormorán de cuello negro (Phalacrocorax magellanicus); ostrero común (Haematophus palliatus); flamencos (Phoenicopterus chilensis); cauquén común (Chloephaga picta); pato crestón (Lophonetta specularioides), cisne de cuello negro (Cygnus melancoryphus); coscoroba (Coscoroba coscoroba); garza blanca (Egretta alba); los playeros rojizo (Calidris canutus rufa), de rabadilla blanca (C. fuscicollis) y blanco (C. alba) y el chorlo de doble collar (Charadrius falklandicus).

El número de especies que utilizan esta playa es realmente importante si consideramos que tiene una extensión de tan sólo poco más de 3 km. Pero, más significativo aún, es que muchas de ellas se presentan en altas densidades y conviven compartiendo el espacio y alimento con otras aves. Esto es un indicador de las bondades del sitio para sustentar poblaciones de aves, lo cual no es un hecho azaroso sino una consecuencia de la altísima oferta trófica que encuentran en el humedal.

Técnicamente, para las especies migratorias, los sitios donde gran cantidad de aves paran durante el mismo período son considerados cuellos de botella poblacionales: así se entiende que cuando aquí hacen parada, el alimento debe reunir condiciones de calidad y cantidad óptimas para asegurarles la obtención de la energía necesaria para realizar exitosamente una nueva etapa de vuelo. Si por cualquier causa, natural o antrópica, la comunidad de invertebrados que les sirve de alimento declina, el impacto sobre las poblaciones de aves puede resultar significativamente negativo.

Un triste ejemplo de lo citado ocurrió con el playero rojizo, especie que representa un caso paradigmático de adaptación y ajuste evolutivo.

Estos playeros, que aparecen en la segunda foto, recorren anualmente unos 33 mil km al unir, entre sus vuelos de ida y regreso, la tundra ártica (donde se reproducen) con Tierra del Fuego.

Más allá de los kilómetros recorridos, otra particularidad que suma espectacularidad a sus vuelos es que llegan a realizar desplazamientos de hasta 8 mil km ininterrumpidos para unir dos sitios de parada. ¿Por qué? Simplemente porque en su historia evolutiva encontraron ambientes extraordinarios por su oferta energética. En su estrategia, vuelan mucho y sólo paran para alimentarse donde la recompensa es alta.

Así, a lo largo de todo el continente americano estos playeros sólo hacen escala en una decena de sitios, producto de un proceso evolutivo donde las variables están sumamente ajustadas. En cada sitio de escala existe una acotada ventana temporal en la cual deben llegar los playeros pues, por cuestiones propias, las presas que consumen presentan -no casualmente- su máxima oferta de energía. Un pequeño desvío temporal, pone en riesgo el éxito de la migración.

La declinación poblacional del playero fue causada por acciones antrópicas. En uno de sus puntos de parada, Bahía Delaware (EE.UU) los playeros ajustan sus arribos con la puesta de huevos del cangrejo herradura (Limulus limulus), el alimento óptimo en dicha localidad. En el año 2000 la industria pesquera presionó a las autoridades para permitir la pesca de cangrejos (que estaba vedada) situación que derivó en la disminución de huevos disponibles para alimentar las aves. Un único y puntual hecho provocó la declinación de la población del playero de 180 mil individuos a los 33 mil u 11 mil según los autores) que se cuentan en la actualidad. El playero rojizo está cercano a la extinción por una apresurada decisión de manejo.

La historia sucintamente narrada nos deja una triste enseñanza que debe ser capitalizada para reflexionar acerca de la fragilidad de los ecosistemas y la vulnerabilidad de las especies. Reflexión que no sólo debe recordarse en el Día Mundial de las Aves…

*Luis Bala es profesional principal del CONICET en el Instituto de Diversidad y Evolución Austral (IDEAus-CONICET) Realizó su Licenciatura en Zoología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) donde también realizó su doctorado en Ciencias Naturales. Es además Miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires desde 2014.